Hoffmann transfigura la leyenda del hombre que noche a noche visita los lechos de los durmientes echando polvo mágico en sus ojos para hacerlos soñar, en la pesadilla de un niño acosado por el terrible Coppelius, Der Sandmann o El hombre de arena, quien en otras versiones del mito es un malvado ser que arranca los ojos de la gente dormida para dárselos de comer a sus crías. Magnífica adaptación del cuento romántico publicado en 1817.
nada de chicos ostra, ni puñes reprimidos, ni club oficial de bateados... Ahora intento ser escéptica y solo confiar en el arte de ciertos escritores y algunos músicos, intentar no dejarme llevar por sentimientos prostituidos que han sublimado el dolor; quizás no fluir en conceptos elaborados... tal vez funcione volvernos escépticos para dejar de sufrir, aunque no creo que deje de gustarme John Lennon, ni creo que la melancolia que en ocasiones es insoportable se vaya y sobre todo porque abandonarme al escépticismo sería como entregarme a la Gran Costumbre... Y es en estos momentos cuando el dramaturgo se cuestiona: ¿Por qué maldita sea me gusta sufrir? y el personaje de su obra mediocre le contesta desde la última línea de la hoja: Pero si bien que te gusta, así que deja de quejarte.
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